domingo, 4 de agosto de 2013

Dios salve la provocación


Es admirable como Quentin Tarantino supo reinventarse tras su fulgurante inicio de carrera. Con dos películas tan contundentes como Reservoir Dogs y Pulp Fiction y tras el consabido éxito, llegaron los signos de agotamiento de la formula “tarantiniana” en el que es el punto más bajo de su carrera, Jackie Brown (1997). Ese agotamiento debió ser obvio hasta para él, ya que decidió tomarse un descanso que duró 6 años, tras el que volvió embarcado en una nueva tarea. Nada menos que en el proceso  de re-escritura de las bases del cine genérico. Y digo bien, re-escritura, porque este ejercicio va más allá del puro mimetismo formal. Lo que nos ofrece Tarantino son auténticos palimpsestos en los que, aunque podamos seguir distinguiendo las costuras genéricas, sobre ellas se superponen nuevas coordenadas que los transforman de una manera subversiva. 




Django Desencadenado mantiene las constantes que ya se trazaron en Kill Bill hace 10 años. La principal es que este ejercicio de re-escritura no se apoya en los grandes clásicos del género, sino en la caligrafía de obras bastardas que, de alguna manera, se reivindican. Por ello, en el caso de Django los referentes no están en Ford o en Hawks, si no en el spaghetti-western italiano. Para ello, Tarantino asimila todas las premisas formales de ese espacio genérico-temporal y en la película podemos observar desde los zooms vertiginosos que tanto proliferaron en la época, hasta una banda sonora que busca la épica de Morricone o Bacalov.
La película se estructura sobre dos ejes fundamentales que son la constante “tarantiniana”. Por un lado, los diálogos y el trabajo de sus actores para enfrentarse a ellos. En este caso, cabe destacar el trabajo de Samuel L. Jackson y Christoph Waltz que son capaces de construir dos personajes repletos de matices a pesar del poco material dramático disponible. Como dijo Jose Luis Guarner, Tarantino es el “Beckett del arte Pop”, y es especialista en crear personajes en nada psicologistas. Muchas veces no entendemos completamente el porqué de sus acciones, pero a pesar de ello tanto Jackson como Waltz se las apañan para construir unos personajes repletos de carisma. El segundo gran eje que recorre la película es una violencia que transita entre lo grotesco y lo absurdo, como en el tiroteo en la mansión de Candyland, en el que ese golpeo inagotable de municiones recuerda a ese otro tiroteo interminable del Grupo Salvaje de Sam Peckinpah.  Una violencia subversiva, como subversivos son los numerosos anacronismos (tanto musicales, como la propia imagen de Django cabalgando libre y sin complejos por las plantaciones) que pueblan la película. 



Y es que, la pregunta a la que Tarantino intenta contestarse desde hace diez años no es otra que  ¿Cómo volver a contar una historia mil veces contada? Y la respuesta que una y otra vez encuentra es que el único camino es la sutil subversión a todos los niveles que permita al espectador seguir revolviéndose y reflexionando ante la misma historia. Dios salve la provocación.

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Django Desencadenado - Django Unchained (2.012)
Guión y Dirección: Quentin Tarantino
Fotografía: Robert Richardson
Interpretes: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington