jueves, 28 de agosto de 2014

Luz contra oscuridad

True Detective es, sin duda, la serie televisiva sobre la que más ríos de tinta se han vertido en los últimos doce meses. Y eso no es una cota despreciable, teniendo en cuenta que estamos hablando de los doce meses en los que hemos podido ver el final de Breaking Bad. La razón de este triunfo es simple. Nos encontramos ante, posiblemente, la serie más ambiciosa y, en muchos sentidos, compleja que jamás se ha realizado para la televisión. El mero concepto de la serie, con un único escritor (Pizzolatto) y un único director (Fukunaga), ha permitido no solo un nivel de cohesión inaudito a sus episodios, sino también que sus autores puedan crear una trama con una riqueza de referencias absolutamente abrumadora. Buscando un poco, se pueden encontrar cientos de artículos que desmenuzan la serie ahondando en cada aspecto de ella (al final del post se pueden encontrar un par de estupendos y muy recomendables links). Su trama de noir sureño que bebe del gótico americano, de R. W. Chambers a H. P. Lovecraft, su carga filosófica que va del existencialismo Nietzscheano al cinismo de Cioran, o una estética que bebe de El Bosco o Bacon y llega hasta las fotografías de la America petroquímica de Richard Misrach. Y a todo eso se podíamos seguir añadiendo: Faulkner, Zodiac, Twin Peaks, Burke… Una lista sin fin que nos coloca ante la serie más complejamente rica de la historia de la televisión.   


Sin embargo, lo que realmente atrapa (me atrapa) de esta serie no es su apabullante plano intelectual sino la capacidad que tiene de emocionar a pesar de ello, no dejando que ese intelecto encorsete la historia y sus personajes. Porque al final y a pesar de todo, True Detective no deja de ser la historia de un tipo (Rust/McConaughey) condenado a vivir en la oscuridad y su lucha por encontrar un pequeño halo de luz dentro del mundo más sórdido que alguien se pueda imaginar. Y lo que realmente hace avanzar su trama es su contraste con ese americano modelo que encarna su compañero (Martin/Harrelson). Durante sus destilados ocho episodios vamos a ver al mismo tiempo por un lado como Rust, ese misántropo nihilista, un hombre brillante que está condenado a la marginalidad simplemente por haber nacido en el lugar equivocado, será capaz de encontrar esa brizna de esperanza a través de una obsesión que le comerá el alma y el cuerpo. Por otro veremos a Martin, una fachada modelo rellena de podredumbre que encontrará en la obsesión de Rust su vía final de redención.
Lo que de verdad hace grande a True Detective es la (aparente) oscuridad de McConaughey, su cinismo y amargura en medio del infierno del “White trash” de la America profunda en el que él es el inadaptado, frente a la (aparente) luz de la mediocridad de Martin, que le permite cumplir un papel de modelo en la comunidad. Y como, en cada episodio, ese claroscuro se difumina y la penumbra acaba cubriéndolo todo hasta que a ambos no les queda otra que aliarse para, unidos por una obsesión, ser capaces de encontrar esa pequeña y diminuta flor que a pesar de todo es capaz de crecer en medio del estiércol.
La escena final, probablemente los seis minutos más intensos que puedo recordar, es muy esclarecedora en ese sentido. De nuevo, mucho se ha hablado sobre ella utilizando la palabra Fe. Sin embargo, me temo que la palabra correcta que debiera utilizarse es esperanza. Porque de eso trata True Detective, de lo mucho que duele mantenerla viva y seguir creyendo en la luz mientras estamos en medio de la más oscura de las noches. 


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True Detective - Temporada 1 (2.014)
Dirección: Cary Fukunaga
Guión: Nic Pizzolatto
Fotografía: Adam Arkapaw
Montaje: Alex Hall, Affonso Gonçalves, Meg Reticker
Música: T Bone Burnett
Interpretes: Matthew McConaughey, Woody Harrelson, Michelle Monaghan, Michael Potts

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