martes, 8 de julio de 2014

El dolor de la memoria

Ahora que parece que la estrella de Atom Egoyan se apaga lentamente y que la esperanza de que vuelva a firmar una obra con mayúsculas desaparece, no está de más volver sobre una de sus obras más significativas. Ararat llegaba en 2002, culminando un periodo de ocho años en estado de gracia que inauguró con Exótica (1994) y que contó con dos filmes más entre medias (El dulce porvenir, 1997 y El viaje de Felicia, 1999). Ese periodo situó al cineasta en el olimpo del cine de autor del que ahora parece haber sido desterrado para siempre.
De entre todas esas cintas, sin duda Ararat es la más visceral y por ello, posiblemente, la más hermosamente imperfecta de todas ellas. Esto se debe a que, a pesar de que la película no se desvíe ni un centímetro de la hoja de ruta temática de toda su filmografía (la culpa, el dolor por la perdida, la soledad, la venganza), en este caso se tiñe de un tinte biográfico que infecta de intensidad sus escenas.


La misión que se autoimpone Egoyan en el film es, ni más ni menos que la de arrojar luz sobre la que quizás sea la más desconocida de las infamias perpetradas por el ser humano en el siglo XX, el genocidio armenio en Turquía. Un hecho que aún hoy sigue siendo negado por el Gobierno turco que lo cataloga de una gran mentira. Y precisamente esa contradicción (el hecho y su negación) genera los dos grandes ejes que vertebran la película, la reflexión sobre los límites de lo real y lo imaginario y el propio reto de representar unos hechos que han quedado como un borroso recuerdo de la historia oficial.
Lo que en principio parece una sencilla historia de un equipo cinematográfico intentando hacer una película sobre lo ocurrido, acabará volviéndose una trama que se dispersa y disemina y en la que los personajes, la película que ruedan y los hechos reales que se intentan representar se funden y confunden no solo física sino emocionalmente. Y a través de ello les vemos sufrir ante la imposibilidad de recomponer la auténtica verdad de unos hechos de los que solo queda el pequeño trazo de una foto que observamos desde todos sus dimensiones posibles y desde todas las texturas… el video del grabado inspirador, la vieja foto, el cuadro que la representa, la película que retrata el momento de su toma, componiendo un cubo de rubik irresoluble que acaba obsesionando a todos sus protagonistas.


Pero sobre toda esa estructura, lo que prevalece es una inmensa y muy contenida emoción que impregna sus imágenes. Egoyan siente como propio el dolor que representa y sentimos como le duele cada uno de esos recuerdos. Eso le llena de un pudor que le impide caer en el sensacionalismo y le hace asumir que es imposible representar la atrocidad (y que incluso sería abyecto hacerlo). Y de ese gesto, lo que aflora es un lirismo a media voz que sobrecoge ante la idea de imaginar lo que debió ser, ante el dolor de un pueblo al que se le ha negado el recuerdo pero que sin embargo sigue viviendo y viendo en el espejo reflejado el estigma de una infamia. 

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Ararat (2.002)
Guión y Dirección: Atom Egoyan
Fotografía: Paul Sarossy
Montaje: Susan Shipton
Música: Mychael Danna
Interpretes: David Alpay, Christopher Plummer, Charles Aznavour, Arsinée Khanjian